Las sorpresas de ser presidente
El periodo
presidencial que abarca de 1982 a 1988 estuvo a cargo de Miguel de la Madrid Hurtado,
quien fue el primero en aplicar medidas neoliberales en su gobierno y ponerle
fin al Estado de Bienestar mexicano.
Es vital destacar que de la Madrid fue sucesor de uno de los sexenios más desastrosos
para la economía nacional, que corrió a manos de José López Portillo. Este le
herdedo un severo contexto de crisis económica, así como una banca recién
nacionalizada que traía problemas que debido a la situación no podían ser
solucionados de inmediato; en pocas palabras le dejo la economía hecha pedazos.
La crisis a la que se tuvo que enfrentar
el presidente Hurtado abarcaba: crisis agrícola, desarticulación industrial,
déficit de la balanza de pagos, déficit fiscal, desigual distribución del
ingreso, etcétera; y también, tuvo que hacer frente a la recesión económica de
1982 (con una disminución del PIB del -0.2%), excesivo índice inflacionario
(del 100%), incremento de precios y tarifas del sector público, elevado déficit
de la balanza comercial no petrolera y una creciente deuda pública.
Resumidamente el presidente había heredado un país insostenible (Salazar, 1998).
Como
si no fuera suficiente, el presidente tuvo que enfrentarse además a las
diversas condiciones internacionales, como el alza en las tasas de interés
(ante una deuda total de 80,000 millones de dólares), reducción de nuevos créditos
de las instituciones financieras internacionales, la caída de los precios
mundiales del petróleo, etc.
Ante
esta situación el gobierno instauro una estrategia para frenar la crisis que
azotaba al país. Esta se vio plasmada en un programa de diez puntos para el
corto plazo conocido como Programa Inmediato de Reordenación Económica (PIRE), complementado
con la estrategia a mediano y largo plazo plasmada en el Plan Nacional de
Desarrollo 1983- 1988 (PND) que buscó mediante la política del cambio
estructural, que el crecimiento económico a mediano plazo, no generara ni
agudizara los desequilibrios que condujeron a la crisis de 1982 (De la Madrid, 1986).
La aplicación
del PIRE, se convirtió en una rápida disminución del déficit público, pero
provocó una intensa convulsión en varias actividades productivas, lo que
agudizó la recesión económica, así como el número de desempleados. El problema
de la deuda externa se transformó en uno de los mayores obstáculos para el
crecimiento económico en el sexenio. La aplicación de topes salariales al
extenderse indefinidamente, afectó a los sectores más desprotegidos.
En
1986, y ante una impresionante caída del precio internacional del petróleo, el
gobierno dejó de percibir más de 8,000 millones de dólares, lo que repercutió
en la estructura económica nacional: se incrementó el déficit público y la
deuda pública interna; aumentó el circulante como mecanismo inflacionario de
financiamiento; la inflación alcanzó los tres dígitos (105%); se contrajo la
actividad económica (el PIB cayó a -4%); se redujo el gasto público pero no el
servicio de la deuda; el gobierno exigió mayor responsabilidad a los acreedores
internacionales; se propuso y discutió el “plan azteca”, etcétera. De igual
forma, el gobierno mexicano decidió incorporarse al Acuerdo General sobre
Aranceles Y Comercio (GATT) que
representó el parteaguas en la liberalización comercial y luego financiera.
En junio de ese
año se anunció, en compañía del Secretario de la SPP, Carlos Salinas de
Gortari, el Programa de Aliento y Crecimiento (PAC) que propuso la
revitalización de la economía y la obtención de “dinero fresco” para reactivar
el crecimiento y controlar la inflación. Con la firma del nuevo acuerdo con el
FMI (23 de julio) y bajo la óptica de “crecer para pagar”, México obtuvo por
fin, después de diez meses de abstinencia obligada, un nuevo crédito de más de
7,000 millones de dólares, que en palabras del gobierno, posibilitarían la
correcta aplicación del PAC.
Desafortunadamente
de nueva cuenta fracasaron los intentos del gobierno para reordenar la
economía. Los resultados del PAC fueron en extremo dramáticos: en 1987, se
produjo una caída del PIB al registrar un índice negativo del -3.4%, mientras
que la inflación superó la barrera de tres dígitos (167%) (Rivera, 1997).
Ante situación
tan crítica, el gobierno respondió con uno de los programas que rompería la
ortodoxia de la política económica de corte neoliberal aplicada hasta entonces.
Nos referimos al Pacto de Solidaridad Económica (PASE), firmado en diciembre de
1987 y cuyo principal objetivo fue disminuir la espiral inflacionaria a través
de los acuerdos entre gobierno, empresarios y sectores asalariados: el primero
como árbitro; los segundos, comprometidos a no aumentar artificialmente los
precios; los terceros, obligados a no demandar cualquier aumento salarial por
arriba de lo pactado. Para frenar la inflación, se establecieron mecanismos de
seguimiento de los aumentos de los precios de los productos de consumo
suntuario y de los salarios.
Tal como se pudo ver, Miguel de la Madrid,
heredo un país en un estado crítico y una economía totalmente devastada,
razones por las cuales se vio frenado y no se pudo aplicar en sus totalidad el
modelo neoliberal, aunque este se seguía presentando como la solución a la gran
crisis económica que azotaba al país, pero que por las circunstancias que este
mismo vivía, no podía aplicarse de manera correcta.
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